Fracción del todo.
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Me encanta contemplar las estrellas y admirar el cielo nocturno. Es tan sereno y relajante ver cómo la luna viaja lentamente y con gracia por el cielo. Las estrellas titilan y brillan con distintos grados de intensidad. Es como cuando ves la luz del sol bailar y brillar, ondulando suavemente sobre aguas tranquilas; es hipnótico en su belleza. Una brisa fresca de verano acaricia suavemente tus mejillas mientras se arremolina por todas partes, mientras las hojas susurran melodiosamente las canciones más dulces. Es realmente una experiencia mágica.
En una noche como esa, no hace mucho, mientras disfrutaba de la belleza y la magia del cielo nocturno, mientras estaba sentado allí, contemplando las profundidades de la noche, tuve un pensamiento, más bien una intuición en realidad. "No eres más que una mera fracción del todo", eso fue lo que me vino a la mente. Esta intuición en realidad no fue más que la confirmación de algo que yo sabía muy dentro de mí que era verdad. Algo con lo que me había topado hacía algún tiempo.
Hace ya algún tiempo que estoy en este viaje espiritual, un viaje de búsqueda de la verdad y el sentido de la vida. Aunque he descubierto y aprendido mucho sobre mí y sobre este mundo en el que vivimos, la más profunda de estas verdades me llegó en un sueño. Soñé con un prisma multifacético, una especie de diamante. Las numerosas facetas de este diamante reflejaban esta luz brillante y producían estas intensas e innumerables fracciones de la luz original. Fue un sueño extremadamente vívido y hermoso.
Entonces, cuando tuve esa visión mientras contemplaba las estrellas en esa noche maravillosamente mágica, recordé ese sueño y que yo era simplemente una mera fracción del todo, un solo hilo que está tejido en el tapiz único e infinito del universo. Si observas más profundamente el microcosmos y el macrocosmos, así como las anatomías y estructuras de todos los seres vivos, comienzas a darte cuenta de que todo está conectado y hecho de las mismas cosas. Todas y cada una de las partículas, células y átomos que nos hacen quienes somos, son las mismas células, las mismas partículas y los mismos átomos que forman las plantas, los animales, las estrellas, los planetas, el mundo entero y la inmensidad infinita del universo. Simplemente están ordenados de manera diferente, son diferentes expresiones de la misma cosa.
Sería bastante insensible ignorar esta verdad. En realidad, estamos hechos de las mismas partículas que forman esas magníficas estrellas centelleantes del cielo nocturno. Nuestra sangre fluye por nuestras venas de la misma manera que los ríos fluyen por las tierras. Separar o descartar aquello que nos conecta es negar aquello que creó la belleza de cada expresión única e individual del universo y de todo lo que vive en él. En verdad, somos una fracción del todo.
Cuando adquirimos conocimiento de nuestras conexiones, comenzamos a desarrollar una comprensión y un aprecio más profundos por todo. Nuestro amor crece y florece porque ya no vemos las divisiones que alguna vez influyeron en nuestra separación. Nos volvemos más tolerantes y comprensivos con nuestras diferencias porque sabemos que son meras ilusiones. Aceptar la singularidad y diversidad de todo lo que nos rodea nos guía hacia un nuevo respeto y aprecio por todas las formas espectaculares en que se expresa el universo.
Debemos aceptar estas diferentes expresiones y aprender a valorarlas por lo que realmente son. Porque cuando somos capaces de mostrar bondad, respeto y amor hacia todos, es cuando empezamos a derribar las ilusiones de separación y podemos crear un mundo de unidad. Un mundo de amor.